jueves, 1 de mayo de 2014

MANTÉN LOS OJOS SIEMPRE ABIERTOS – EL CASTILLO AZUL

En un pueblito muy lejano, había un pequeño castillo que se asemejaba al azul del cielo.  En ese lugar, el rey gallinazo  y la reina urraca se enojaban mucho con sus adeptos, tanto por los gritos y risas que los animalitos hacían, además, por las formas en que ellos vestían.

Una vez, de un lugar muy muy lejano, llegó una conejita que fue recibida por los reyes con los brazos abiertos, pero la gracia se acabaría pronto. La conejita conoció a muchos animalitos entre ellos a un grillo, un jabalí, un elefante, una ardilla, un castor, una tortuga, un chimpancé entre otros más. A ella todo le parecía extraño, pero poco a poco fue conociendo la realidad en ese castillo.

Cuando la conejita llegó al castillo se ganó la amistad de muchos animalitos, todos querían ser sus amigos y quedaban admirados por ser ella de un lugar que ellos no conocían. Aparentemente, sentía estar en casa otra vez, pero faltaba poco para saber la realidad del lugar al que había llegado.

A la mayoría de los animales no les gustaba trabajar, mucho menos oír los consejos del búho, a quien lo tildaban de loco. Ella se dio cuenta que a pocos les gustaban aprender y pensó que eso era normal en ese lugar.  El conde mamut no soportaba los gritos ensordecedores de los demás animales, así que a cuanto animalillo podía atrapar los metía en un cuarto oscuro en el cual solo salían si prometían trabajar y hacer algo por el reino.
Todo ello sorprendía a la conejita y no sabía qué hacer; una tarde los demás animales le invitaron a jugar dentro de un hermoso jardín, a ella le encantó la idea. Corrían, saltaban, reían y hacían competencias para ver quién era el o la mejor. Uno de los animalitos planeó un reto y dijo:
-A que nadie se atreve a sacar todas esas manzanas de aquel arbolito- Todos se miraban asustados.
-¡Eso es fácil!- se escuchó decir, era la conejita y no dudó a atreverse. –¡Yo lo hago, yo quiero, yoooooooooooooo!-gritaba; todos los animalitos se reían y ella no comprendía el por qué. Pensaba que tal vez sea porque no creían  que ella podría hacerlo. Sin embargo, se escuchaban pequeñas voces que decían que no lo haga, pero como varios le dijeron que lo intentara, ella aceptó.

El búho miraba desde lo alto de un pino lo que pasaba y se dio cuenda de las intenciones de ciertos animalitos.

La conejita a toda velocidad fue hacia el manzano y sacó todos los frutos en un instante, -¡Yujuuu!- exclamó dejando boquiabiertos a todos los animalitos y no era para menos, pues aquel manzano era el arbolito prohibido de la reina urraca, pero ella no lo sabía. De pronto, todos los animales empezaron a huir de aquel lugar, ella pensó que tal vez les había sorprendido demasiado con su rapidez, pero no era eso.
-¿A dónde van?- preguntó -¿Gané? Tengo suficiente para todos… yo no podré comer todo solita, cojan… vengan… ¿pero qué les pasa?- añadió.

Luego, como si alguien le hubiese avisado a la reina de lo ocurrido, ella apareció de pronto en el jardín. Se enojó muchísimo con la conejita, ella trataba de explicarle lo que pasó, pero la reina no quiso escucharla más; entonces, entendió que algo malo había hecho. La reina se fue furiosa del lugar, le dijo que se fuera del castillo y que se coma todas las manzanas. La conejita se dio cuenta que había sido engañada.

El búho, quien notó su situación decidió ayudarla, le hizo entender que no era su culpa, pues nadie le había dicho de aquel arbolito de manzanas. La conejita se enojaba de sí misma por haber llegado al castillo, porque sentía que se habían burlado de ella. El búho le aconsejó que no confiara en los demás rápidamente, que hay que conocer bien a las personas, que los verdaderos amigos son pocos, que es mejor actuar discretamente frente a los demás, pero sin generar antipatía y que no hay que estar triste cuando hay muchas razones por las que sonreír. 
La conejita entendió los consejos y se despidió dándole un fuerte abrazo al búho.
-Adiós, que seas feliz- decía a todos los animalitos de aquel castillo mientras les daba una manzana, demostrando no sentir ningún rencor. Todos quedaban sorprendidos al ver el rostro de felicidad, aunque con lágrimas, de la conejita.
Todos salieron del castillo para ver la retirada de la conejita, algunos sentían un nudo en la garganta y otros ya empezaban a extrañarla. El rey gallinazo y la reina urraca, desde la ventana, la miraban sin expresar nada en sus rostros.

 La conejita le pidió ayuda al cóndor para llevarla a otro lugar y este aceptó gentilmente. Miraba por un instante hacia atrás y recordaba las palabras de aquel búho.
El búho sabía que dicha conejita se iría muy lejos y que tal vez allí estaría mejor, que conocería una linda familia y que cuando vuelva, si eso sucede, verá a una gran cantante con una gran profesión.

Entonces, él empezó a escribirle un pequeño cuento y sabe que la conejita ha estado leyendo esto...

                                                                     FIN


/AEAT-14